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A las 6 y pico

EL ENCUENTRO 2ª parte

EL ENCUENTRO 2ª parte

Es indudable que la desgracia se había pegado a él como una lapa y se cebaba de su sangre cada día y cada minuto de su vida, como lo demuestra el hecho que tampoco en esta ocasión encontró la paz y un mínimo de felicidad; pues apenas había pasado un año, la dolencia de su pierna izquierda se fue agravando progresivamente, hasta que debido a un proceso infeccioso, como consecuencia de su deficiente riego sanguíneo, derivó finalmente en un foco gangrenoso que precipitó la amputación de la pierna izquierda por encima de la rodilla, con posible riesgo de contagio en la pierna derecha, como así fue, porque en el corto espacio de dos años ya se movía en una silla de ruedas con las dos piernas amputadas. Aquella situación me colocó en una difícil encrucijada: por un lado me encontré con una responsabilidad que asumí gustoso por el lazo de amistad que nos unía, pero a la vez dudaba de poder cumplir si me flaquearan las fuerzas o no encontraba apoyo en alguien que se interesara también por su situación. Como suele ocurrir en estos casos, inclusive entre parientes cercanos y también entre hermanos, el rechazo a los problemas u otros intereses terminan primando muchas veces sobre los sentimientos y yo, en este sentido, todavía no había tenido necesidad de ponerme a prueba. Por otro lado, era una obligación que podía eludir si así lo prefería sin un mínimo de responsabilidad, pero no así de remordimiento: abandonarle era tanto como dejarle morir encerrado bajo llave, y eso es algo que mi conciencia jamás me lo hubiera permitido. Por esta razón, durante el proceso de su larga enfermedad, bien en el hospital, bien posteriormente durante largos paseos, nuestra relación de amistad siguió su curso con absoluta normalidad, aunque teñida ya con tintes de mayor tristeza y desaliento. Y cuando yo empezaba a pensar que lo sabía casi todo de su pasado, un día, al despedirnos, me dijo en tono misterioso:

-Mañana no faltes a la cita que tengo algo para ti.

No puedo negar que quedé un tanto intrigado, pero, sospechando que se trataba de una de sus acostumbradas bromas, pues aún había lugar en su corazón para chanzas y pitorreos, no tardé en olvidarme de su ofrecimiento.
Efectivamente, coincidiendo con el fin de semana, cuando a otro día acudí puntualmente a la cita me recibió más triste de lo habitual, y con un lacónico discurso, con los ojos enrojecidos a punto de llorar, me hizo entrega de una carpeta a la vez que me decía:

-Como sé que voy a morir pronto, ahí tienes mi auténtico pasado, ábrela y contempla lo que hay en ella; espero lo leas, lo ordenes y quiera Dios que algún día pueda ver la luz. Confío en ti.

Llevado de ese innato deseo de todo ser humano de meter las narices en lo desconocido, mentiría si digo que no me sentí tentado en aquel mismo momento a marcharme para ver el contenido de la carpeta. No en vano pasé toda la tarde inquieto y obsesivamente pensativo intentando averiguar qué sorpresa me esperaba cuando llegara a mi casa.

La verdad es que me fue fácil ordenar aquel trabajo meticulosamente manuscrito con letra redondilla alineado en rectilíneos renglones en unos doscientos folios, impolutamente cuidados o con escasas tachaduras o cualquier otra rectificación que denotara descuido de su ejecutor.
Aquella noche y parte del día siguiente lo pasé leyendo ávidamente, y cada folio me llevaba a un mundo totalmente insólito para mí y nunca, hasta esta ocasión, se me había ocurrido pensar que un hombre podía abrigar en su corazón tanta decepción y amargura. Esperando estoicamente los reveses de la vida, su resignación le enseñó a no precipitarse y ser fuerte, hasta familiarizarse con ellos y terminar dedicando buena parte de su tiempo a luchar contra su peor enemigo: el fracaso. También de forma honesta y fidedigna, en aquellos folios se comprometía moralmente a dejar constancia de la verdad, como si hubieran sido los únicos testigos garantes de su correcto proceder.

Como a primera vista me pareció un trabajo de gran interés, respetando siempre el espíritu del original, dentro de mis posibilidades y salvo algún matiz añadido o rectificación, puse manos a la obra y empecé a tirar del hilo, desgranando cuidadosamente cada filamento hasta llegar casi al final. Y digo casi, porque se precipitaron los acontecimientos, como ahora veremos, y no lo pude terminar.
Pocos meses habían pasado soportando a diario el martirio de su incapacidad motriz cuando, como una prolongación fatídica de aquella maldita enfermedad, como él había pronosticado, le segó también la vida, siendo aún relativamente joven.

Desgraciadamente, mi amigo murió antes de ver terminado su proyecto, mi proyecto, pero, aun habiendo fracasado en mi intento, me siento satisfecho de haber contribuido a su realización y, sobre todo, porque en ningún momento quebranté el compromiso de mi palabra como corresponde a una buena amistad.
Por supuesto que el libro pasó lícitamente a poder de su familia, yo diría indigna familia; porque teniendo conocimiento de su dolorosa y larga enfermedad, en ningún momento se interesaron por su estado, y sí hicieron acto de presencia pocas fechas después de su fallecimiento para recuperar el libro, pues ya sabían de su existencia; aunque estoy seguro que su destino sería la hoguera pocas horas después. No en balde, el libro revelaba las infidelidades de su mujer en un intento por dejar su honor fuera de toda sospecha respecto de su conducta de hombre resentido y humillado.
Cayetano Bretones

3 comentarios

Goreño -

Gracias Octavia, me llevaré tu comentario para inspirarme durante mi ausencia. Eres una joya. Un besote

Tequila, es un lujo saber que me has leído y que además te guste. Saludos

tequila -

Gracias por este texto que me ha gustado mucho.
Saludos:
Tequila.

Octavia -

Qué buen regalo para compensar la ausencia...
Un besazo y gracias.